
Dicen que desde el mismo instante en que un padre pone los ojos en su hija la adora. Quién quiera que sea cuando crezca, para él siempre será aquella niñita con coletas. Ella lo hace sentir en una navidad perpetua, a cambio él se hace la promesa secreta de no ver las torpezas de sus años adolescentes, los errores que comete o los secretos que guarda.
A cambio de su amor incondicional, de su buena voluntad para ignorar todos los defectos que pueda tener como hombre, todo padre cierra los ojos voluntariamente a los cambios de su hija conforme se aleja de su infancia, hasta que está demasiado lejos para volver atrás
Puede que algunos padres disfruten del pedestal en el que sus hijas los colocan, pero los mejores bajan de él y les permiten ver sus defectos. Es de estos padres de quienes las hijas aprenden lo más importante en la vida: cómo aceptar la alegría, cómo soportar la tristeza y cómo vivir plenamente sin saber cuál de las dos se esconde en el horizonte.
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